20 de mayo de 2008

Juan Diego caminó más de 206 Kms. en menos de 24 Hrs.

• En sus traslados del Tepeyac a la ciudad de México y de allí a su casa en Cuauhtitlán y luego de regreso
• A sus 57 años realizó una hazaña que nunca nadie ha igualado; ese es el “verdadero milagro

Federico Chilián Orduña

Aunque los sucesos a los que me refiero en esta nota supuestamente ocurrieron el 9 de diciembre de 1531, cuando la Virgen de Guadalupe se le apareció por primera vez al indio Juan Diego; el día de hoy se convierten en noticia fresca porque al parecer son escasos los investigadores que se han detenido a estudiar lo que le significo al aborigen Juan Diego, ir y venir del cerro del Tepeyac, donde se rendía culto desde cientos de años atrás a la diosa Tonantzin (Nuestra Madrecita) a la casa del arzobispo Fray Juan de Zumárraga, ubicada en el centro de la ciudad de México, y a su propia casa en Tulpetlac Cuauhtitlán.
No voy a relatar lo que con más información y humor está debidamente explicado en el libro de mi amigo Eduardo del Río (Rius) “El mito guadalupano”, ampliamente recomendable para quien desee estar debidamente enterado del invento más lucrativo que ha hecho en México la Iglesia Católica Apostólica Romana, para imponer sus designios y prolongar su dominación. Simplemente me voy a referir a un dato extraído de un estudio realizado por el profesor Félix Libreros D. de Tijuana, Baja California, quien se puso a realizar el sencillo cálculo de contar los kilómetros que tuvo que caminar el bueno de Juan Diego para cumplir con las órdenes que la Virgen morena le daba por un lado, y las instrucciones que el padre Zumárraga le dio por otro, sin contar las peticiones que le hizo su tío que estuvo enfermo en esos días.
Dejemos pues que el propio profesor Libreros nos explique lo que sucedió:
“Al iniciarse la tarde del 9 de diciembre de 1531, sobre la cima del cerro del Tepeyac deambulaba ociosamente Cuautliyztaczin, disfrutando de la fresca brisa que soplaba sobre la cordillera noreste de la entonces naciente ciudad de México; a sus 57 años (nació en 1474) este humilde macehual recorría las veredas que los indios no conversos, hacían a su paso para llegar al templo dedicado a la diosa Tonantzin, la diosa Madre, que era una variante de Coatlicue, la de la falda de serpientes. Tonantzin ocupaba un lugar preponderante en la mitología nahuatl, pues era ella la que favorecía las cosechas y por ende la aseguradora de la vida en el altiplano. En su rutinaria vida de esclavo, tal como lo eran todos los aborígenes que sobrevivieron a la brutalidad española y a la viruela; lejos se encontraba de imaginar que sería él; ni más ni menos, el elegido para recibir el primer contacto entre un ser celestial y un mortal aquí mismo, en el Nuevo Mundo.
Juan Diego fue sorpresivamente abordado por la Virgen en el Tepeyac y después de la transmisión de instrucciones, Juan Diego se trasladó ese mismo día hasta la ciudad de México para ver a Zumárraga, esto representa un recorrido de 22 Kms. por veredas y no caminos formales, después de la infructuoso intento por convencer al Arzobispo de lo auténtico de su misión, Juan Diego se fue a su casa, lo que representa un recorrido de 92 Kms, pues del centro de la ciudad de México regresó al Tepeyac y de ahí hasta Cuauhtitlán son 70 Kms. aproximadamente y requería bordear el Lago de Texcoco; al otro día regresar al Tepeyac a recibir nuevas instrucciones, otros 70 Kms. y otros 22 Kms. para ver de nuevo al Arzobispo en términos longitudinales, Juan Diego en menos de 24 horas realizó la maravilla de trasladarse más de 206 Kms. y a sus 57 años de edad, ésta admirable capacidad física es lo que encierra el milagro por si mismo. No existe registro en toda la historia de hazaña semejante y quién la realizó fue orgullosamente mexicano. Es indudable que la encomienda divina ameritaba semejante sacrificio y más; de haber sido necesario”.
Este es un extracto del relato del profesor Libreros. Los lectores habituales del Diario Transición seguramente están informados que fue precisamente el abad Guillermo Schulemburg, quien estuvo al frente de la Villa de Guadalupe durante 34 años, el mismo que aseguró que la existencia histórica de Juan Diego no podía ser demostrada, y mucho menos las apariciones de la Virgen; reconociendo además que este “culto” representaba “simplemente” el “matrimonio entre el catolicismo y las creencias indígenas tradicionales”.
Sabido es que según la leyenda la Virgen se le apareció a Juan Diego tres veces, según unos autores, y en cuatro ocasiones según otros; de cualquier modo, todo esto ocurriría entre el 9 y el 12 de diciembre, días durante los cuales Juan Bernardino, tío de Juan Diego, se alivió de una enfermedad gracias a la intervención de la Virgen del Tepeyac, quien le avisó a Juan Diego que ya estaba curado, y el mismo Juan Diego hizo ese recorrido tantas veces como apariciones tuvo la Virgen.
Todavía en 1959, en la Universidad Autónoma de Puebla, el licenciado José Antonio Pérez Rivero, enseñaba en sus cursos de Sociología “las apariciones del Tepeyac”, que fue uno de los múltiples motivos por los que se inició el Movimiento de Reforma Universitaria de 1961, que encabezaron mis amigos Enrique Cabrera Barroso, Zito Vera Márquez, Erasmo Pérez Córdova y Antonio Pérez y Pérez, que demandaba una educación laica, científica y gratuita, tal como lo establece la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
En el año 2002, bajo el mandato de Martha Sahagún a través de su guadalupano marido Vicente Fox, el Papa Juan Pablo II canonizó a Juan Diego, pero ya no al indio macehualt que veneraron durante varios siglos los fieles creyentes, sino a un personaje blanco y barbado, quien es el que ahora forma parte de la corte celestial al lado de los más de 12 mil santos con que cuenta la Iglesia Católica Apostólica Romana para hacer toda clase de milagros.

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