6 de junio de 2007

Acerca de la homosexualidad

¿Es un trastorno, una patología o una legítima orientación?

Federico Chilián Orduña

Con algunas de mis expresiones empleadas para referirme a los curas pederastas y homosexuales, he pasado a ofender a algunos de mis amigos que tienen un comportamiento homosexual y han llegado a considerar, sin decírmelo directamente, que estoy en una posición homo fóbica semejante a la que desde sus orígenes ha adoptado la Iglesia Católica, y el hecho de ubicar mi opinión que, admito, puede ser equivocada, en igualdad de condiciones que la postura oficial de la Iglesia, me obliga a dejar en claro cual es mi posición al respecto.
De entrada debo decir que mi opinión respecto a la homosexualidad no tiene nada que ver con la Biblia o la doctrina de ninguna iglesia, soy libre pensador que, incluso ha llegado a sentir la necesidad de agradecerle a algo o alguien, si ustedes quieren pueden llamarle Dios, por el hecho de estar vivo, pero no podría asegurar que ese algo o alguien decide hasta si se cae o no la hoja de un árbol, prefiero regir mi vida por las leyes físicas y la ciencia, y en ese sentido prescindo de la hipótesis de que ese algo o alguien intervenga en los hechos que me ocupen.
En el caso de la homosexualidad, la considero una orientación de la preferencia sexual dirigida hacia personas del mismo sexo. Si esta orientación constituye o no un conflicto psicológico, económico o cultural, para la persona homosexual, eso depende de las condiciones sociales en las que se encuentre el sujeto y de la forma en que este sujeto se relacione en tales condiciones. No la considero una patología.
Hay homosexuales que han resuelto “salir del armario” y hay quienes prefieren mantener el anonimato de sus preferencias. Considero que están en su derecho unos y otros.
No juzgo, condeno o estigmatizo a los homosexuales por el hecho de serlo, sino por el hecho de que su homosexualidad se oculte y/o se refugie en instituciones mono sexuales (donde predomina un solo sexo, como la iglesia o el ejército) y que tal preferencia sexual sea una especie de patente de corzo o un recurso de dominación que socave la naturaleza de la misma institución y distorsione sus relaciones con la sociedad. En estos casos, sí, la repruebo. No es ético, a mi juicio, que un homosexual se valga de su preferencia para manipular a sus subordinados o a quienes le rodeen en la vida social, laboral, familiar o de cualquier índole, y pretenda imprimirle el sello de su condición a todo el contexto en el que se desenvuelve.
Hay jefes que imponen como condición para pertenecer al grupo que él comanda, aceptar “cerrar rosca” con todos los demás que forman parte del grupo. El famoso gay power que ha tenido expresiones a todos los niveles de gobierno y de empresas privadas, en la provincia, en la capital y en el mundo entero.
En mi experiencia profesional como psicólogo, he observado que la homosexualidad con todo y la aprobación de la ley de sociedades de convivencia, todavía está muy satanizada, no sólo por la iglesia sino por aquello que suele llamarse el “sentido común” que, ya hemos visto, es el menos común de los sentidos.
Muchos de los homosexuales recurren a asistencia psicológica y/o terapéutica, porque tienen dificultades para manejar su propia orientación sexual en la familia, en la escuela, en el trabajo y en cualquier parte. En este sentido, ningún psicólogo o psiquiatra bien preparado, va a tratar de que el paciente homosexual cambie su orientación y se vuelva heterosexual, a menos que él lo solicite o lo demande; si no es así, el terapeuta tiene la obligación de respetar la voluntad y decisión de su paciente, y auxiliarlo a que logre lo que se proponga legítimamente.
El concepto “desviación” que alguna vez utilicé para definir a la homosexualidad, no tiene una connotación peyorativa; como no la tiene el hecho de que alguien tome el atajo para llegar más pronto a su destino, se desvió sí, pero llegó a su meta que era de lo que se trataba.
Pero si al optar por otra vía diferente a la establecida socialmente, se enfrentan obstáculos o dificultades, caminos no pavimentados o muy accidentados, lo que haría irregular el tránsito; tal complicación no la han creado las condiciones del camino distinto, sino la decisión de optar por el mismo. No es el alcohol el problema, sino quien lo bebe sin medida.
Los homosexuales tienen ante sí el reto de que se les reconozca y se les respete, si logran ellos mismos reconocerse y darse a respetar, lo cual no conseguirán si proceden, como el clero católico, queriendo que todos nos sujetemos a sus creencias.
Los racistas frecuentemente son blancos que discriminan a los negros, a los indígenas o la gente de “color”, pero el fenómeno se da también a la inversa. Para acabar con el racismo como con la homo-fobia, el remedio es que nos reconozcamos tal como somos y aceptemos a los demás tal como son. Los pensamientos únicos son típicos del totalitarismo y del absolutismo despótico, y yo, francamente le huyo a todo tipo de autoritarismo.
A mis amigos homosexuales, si los ofendí, les pido una disculpa, sinceramente no fue mi intención ofenderlos.