28 de mayo de 2007

Se acelera la descatolización

Por el avance de la educación, la ciencia y la comunicación global
Y por la falta de respeto que el Estado Vaticano le tiene al Estado laico mexicano

Federico Chilián Orduña

Los conocimientos científicos acumulados en el campo de la geología, la física, la astronomía, la biología, la química, la paleontología, la historia, la antropología, la arqueología, la psicología, la sociología y en general todas las disciplinas que dan cuenta del origen y evolución del universo, la vida, el hombre y la sociedad, han propiciado en los últimos años, con el desarrollo de la tecnología de la informática, un acelerado proceso de descreimiento de todas las religiones en el mundo, especialmente la católica en el lado occidental.
Cada vez son menos las personas que profesan y practican esta religión, particularmente en Europa y América Latina, donde el mismo Papa Benedicto XVI ha reconocido que se ha reducido el protagonismo de su iglesia e hizo un llamado “a dar la batalla ideológica para recuperar espacios perdidos”, aunque luego ha caído en contradicciones, afirmando que “la religión católica no es una ideología”. De cualquier modo el Vaticano es consciente que se encuentra a la baja.
Los jóvenes que actualmente tienen entre 15 y 30 años, que han tenido la oportunidad de recibir una educación laica, normalmente ya no se tragan los cuentos de la iglesia. Al mismo tiempo que dejaron de creer en los reyes magos, en santaclós y en los fantasmas, también lo hicieron con el credo de los apóstoles y con todas esas vainas de la primer parejita, el pecado original, el diluvio universal, la Torre de Babel, Sodoma y Gomorra, etcétera, etcétera. Si aún acuden a los templos es por costumbre o vínculo familiar o social, no porque íntimamente estén comprometidos con el credo.
Quienes leen la Biblia, como debe hacerse con cualquier libro: desde el principio, nomás empiezan a leer el Génesis y antes de llegar al capítulo 8, ya dijeron 2 o 3 veces ¡qué mamadas! Muy pocas simpatías puede inspirar un Creador tan temperamental como el Señor Jehová de los Ejércitos, pese al empeño de los llamados “testículos” de Jehová, o sea, los creyentes que a sí mismos se denominan Testigos de Jehová, cuya etiqueta corresponde al rol que supuestamente están jugando, de “testificar”, todo lo que ha hecho, hace y hará el famoso Jehová de los Ejércitos, y que se esmeran en convencer, casa por casa, que todo en los actos de Jehová tiene su “razón de ser”.
Lo cierto es que felizmente estamos asistiendo al inicio de una nueva época en la historia de la humanidad que consiste en que poco a poco irán pasando a los museos de antigüedades ó al basurero de la historia, todos los mitos religiosos e invenciones metafísicas, para sólo quedar sobre la faz del planeta seres humanos con librepensamiento, agnóstico, deista o ateo, pero felizmente libre e igualmente digno, concientemente laico.
En México es más intenso el proceso de descatolización por el sistemático abuso del clero católico romano sobre los intereses de los ciudadanos y sus familias. Los escandalosos delitos de pederastia aunados a la intromisión del Estado Vaticano en los asuntos que sólo corresponden al ámbito civil de los ciudadanos mexicanos, ha acentuado la merma en la fidelidad católica que ya no se chupa tan fácilmente la consigna de “México siempre fiel”.
Pronto podríamos ver cómo se irán compartiendo los magníficos templos católicos y de todos los credos para la realización de cursos de verano, conciertos de rock, conferencias sobre educación sexual y toda clase de eventos culturales para la superación moral e intelectual de las comunidades. A mediano plazo, ya no podrán ser espacio exclusivo para el proselitismo de la fe, siendo propiedad federal, el Estado laico mexicano, respetuoso de todos los credos, asumirá su papel y facultad y dispondrá de los espacios que son de su propiedad para cumplir su función sustantiva: la educación pública. Convertidos en aulas magnas, o coordinadas en mesas de trabajo han de funcionar esos lugares para atender las necesidades del pueblo soberano. Que sirvan de algo verdaderamente útil esas magníficas edificaciones, en orden, respeto y armonía, todo puede suceder y hacerse para el bien común.