15 de julio de 2007

La Biblia, esa ridícula fantasía

39ª parte
Hugo Pardo

Cada domingo millones de personas se van a drogar a sus respectivos templos y escuchar “La Palabra de Dios”. Muchos de quienes van a misa, se arrodillan, comulgan, depositan su limosna, se persignan y salen muy orondos, abordan su automóvil y se reúnen con su familia, el día anterior se embriagaron, cohabitaron con prostitutas y/o prostitutos, se drogaron con cocaína u otras sustancias químicas, y el día en que el omnipotente Dios, Jehová de los Ejércitos, descansa de su obra, ellos también reposan como angelitos curándose la resaca.
Ellos creen que el rey David y todos los ancestros de Jesucristo son personas santas, caritativas, misericordiosas, piadosas, claro, eso creen porque nunca han leído sin prejuicios ese libro que sus curas o pastores les dicen que es “La Palabra de Dios”: Véamos lo que dice el Segundo Libro de Samuel, respecto a este asesino y polígamo David, padre de Salomón, Capítulo 12: 9 ¿Por qué, pues, menospreciaste la palabra de Jehovah e hiciste lo malo ante sus ojos? Has matado a espada a Urías el heteo; has tomado a su mujer por mujer tuya, y a él lo has matado con la espada de los hijos de Amón. 10 Ahora pues, porque me has menospreciado y has tomado la mujer de Urías el heteo para que sea tu mujer, jamás se apartará la espada de tu casa.
Y luego más adelante, dice: 29 David reunió a todo el pueblo, fue a Rabá, combatió contra ella y la tomó. 30 Entonces tomó la corona de la cabeza de su rey, la cual pesaba un talento de oro y tenía piedras preciosas. Y fue puesta sobre la cabeza de David. También sacó mucho botín de la ciudad. 31 A la gente que estaba en ella la sacó y la puso a trabajar con sierras, trillos de hierro y hachas de hierro. También la hizo trabajar en los hornos de ladrillos. Lo mismo hizo con todas las ciudades de los hijos de Amón. Luego David regresó con todo el pueblo a Jerusalén.
Este es el rey David, el de las mañanitas, un perfecto cabrón.
A partir de hoy publicaremos cotidianamente alguno de los instrumentos de tortura que utilizó la Santa Inquisición para castigar la herejía.