5 de julio de 2009

Esta es la penúltima edición del DIARIO TRANSICION

• Aprendimos quienes son nuestros aliados y quienes no
Federico Chilián Orduña
Toda una década de ejercicio periodístico diario que el próximo lunes llegará a su fin. Nos dimos cuenta en ese trayecto cuan corrupto, rapaz e indiferente puede ser un gobierno, cuan indolente, apático e insensible puede ser un pueblo, y cuan ingenuos, ilusos e idealistas podemos ser nosotros; poco a poco descubrimos nuestra triste realidad, por más entusiasmo y empeño que pongamos en transformarla.
Vivimos en medio del escarnio, de la discriminación y del desprecio, sólo interrumpida por pequeñas muestras de reconocimiento; no somos quien para decirle a la autoridad y a la gente lo que tenemos que hacer. Nacimos siendo humildes, concluimos siendo oscuros; sólo unos cuantos muy pocos advirtieron el esfuerzo que esto implica, empeño que tal vez sólo sirvió para que nos etiquetaran con el mote de “pasquineros”, “chayoteros”, “provocadores”, en medio de la sospecha de que nos vendimos a algún demonio para denostar a otro; no hubo tal, dijimos nuestra verdad, cometimos tantos errores como células tenemos en el cuerpo. Lo reconozco.
Hemos de ser autocríticos, estuvimos fuera de contexto y del marco mercadotécnico en el que todas las obras deben estar encuadradas para ser viables en este modelo económico; marchamos al contrario de la inercia individualista, mezquina y nihilista en que camina nuestro decadente sistema; fuimos una izquierda liberal incomprendida, incierta y azarosa, mantuvimos un equilibrio siempre tambaleante, anduvimos en el filo de la navaja y acabamos cortados en pedazos, llenos de deudas y de compromisos por cumplir. No supimos, aunque lo quisimos, dejar alguna huella de nuestro paso por la opinión pública, nos equivocamos de medio y de recurso. Aramos en el mar y predicamos en el desierto, fuimos aves que cruzaron el pantano y efectivamente no nos manchamos pero qué fatiga experimentamos, ya no era posible continuar atravesando el fango y mantenerse al margen, en cualquier momento podríamos caer entre la mierda, tal vez quizá ese sea el único de nuestros méritos, que si vendimos publicidad, espacio y colaboración, jamás negociamos nuestra conciencia, ni la dignidad, ni la vergüenza. Podrían llamarnos ineptos, pero nunca perversos; débiles pero no mercenarios; insignificantes, pero jamás enfermamos de la soberbia que padecen nuestros detractores. A otra cosa mariposa. El lunes llegaremos al final de esta jornada; tal vez, quizás, a uno, dos, tres o cuatro lectores les haya gustado lo que dijimos. Con eso nos basta para no sumirnos en la depresión, y seguir picando piedra para cristalizar nuestro sueño imposible, a sabiendas de que en el acto de picar está nuestra realización y de que tal sueño es tan sólo eso: una imagen onírica; pero ¿habrá quien nos impida el derecho a soñar?
Pocos son nuestros aliados, porque somos parte de esa minoría, casi una elite, que imagina un mundo en paz, con respeto a las diferencias y en el que todos tengan lo necesario para vivir con dignidad.
Nos leemos el lunes para despedirnos.

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